Francisco Molinero on Nostr: Lo normal es para muchas personas acordarse del primer amor, del primer beso, esas ...
Lo normal es para muchas personas acordarse del primer amor, del primer beso, esas cosas que luego se recuerdan con fervor. Yo tengo fuertes recuerdos de mis primeros libros conscientes, quiero decir leídos por mi voluntad y que me dejaron marcado.
El primero, el que me dejo sin virginidad intelectual me lo regaló mi tía María Luisa. María Luisa pintaba y cuidaba de su madre, la tía Ascensión, alcarreña de pro, hermana de mi abuela Paca. María Luisa pintaba porque era la querida del maestro Quiroga y nunca tuvo que trabajar, así que se dedicaba a la pintura en su pequeño piso de la avenida de Portugal donde cuidaba de su madre y me imagino que del maestro cuando este requería de una compañía amable. María Luisa era una tía encantadora, soltera y amante de su madre, que de vez en cuando venía a visitarnos y que un día, no recuerdo bien con qué motivo, me trajo el libro Monte Cassino de Sven Hassel.
Mi tía María Luisa, pintaba y cuidaba de su madre y del maestro pero estoy seguro que nunca leyó aquél libro filo nazi que exaltaba los desmanes de una patrulla del ejercito de Hitler en Italia. Menos mal que María Luisa nunca leyó el libro y me lo regaló sin censura, permitiéndome chocar de la manera más brusca que yo recuerdo con una novela de guerra. Nunca olvidaré ese libro y la sensación que me produjo su lectura. Luego vinieron muchos otros y entre ellos las historias de cronopios y famas de Cortázar. Cortázar se grabó en mi cerebro a fuego y una de sus historias relata como un cronopio va a entrar en su casa y al meter la mano en el bolsillo comprueba que allí donde debían estar las llaves hay otra cosa y que el mundo apenas se ha movido un poco, pero lo suficiente para que nada este donde debía y se desconsuela y llora.
Hoy he realizado una llamada y al otro lado ha salido una voz que no esperaba, y como aquél cronopio he tenido la amarga sensación de que el mundo se había movido sutil y pavorosamente tan solo lo suficiente para hacerme incompresible la realidad.
Ahora que me doy cuenta mi tía María Luisa ha aparecido en este blog y quizá hubiera merecido una mención especial y no una cita colateral sobre un libro. Os hablaré de ella en algún momento, y de mi tía Concha que vivió 20 años en Londres y que me traía discos de Hengelbert Humperding y que murió sola y hablando bajito, como si estuviera siendo espiada, con su misérrima pensión española que se comparaba mal con la que los ingleses le mandaban en libras esterlinas y que a ella siempre le parecía mejor.
Antes teníamos muchas tías solteras y nos parecía normal, ahora sé que aquellas mujeres, casi todas, habían vivido un infierno.
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El primero, el que me dejo sin virginidad intelectual me lo regaló mi tía María Luisa. María Luisa pintaba y cuidaba de su madre, la tía Ascensión, alcarreña de pro, hermana de mi abuela Paca. María Luisa pintaba porque era la querida del maestro Quiroga y nunca tuvo que trabajar, así que se dedicaba a la pintura en su pequeño piso de la avenida de Portugal donde cuidaba de su madre y me imagino que del maestro cuando este requería de una compañía amable. María Luisa era una tía encantadora, soltera y amante de su madre, que de vez en cuando venía a visitarnos y que un día, no recuerdo bien con qué motivo, me trajo el libro Monte Cassino de Sven Hassel.
Mi tía María Luisa, pintaba y cuidaba de su madre y del maestro pero estoy seguro que nunca leyó aquél libro filo nazi que exaltaba los desmanes de una patrulla del ejercito de Hitler en Italia. Menos mal que María Luisa nunca leyó el libro y me lo regaló sin censura, permitiéndome chocar de la manera más brusca que yo recuerdo con una novela de guerra. Nunca olvidaré ese libro y la sensación que me produjo su lectura. Luego vinieron muchos otros y entre ellos las historias de cronopios y famas de Cortázar. Cortázar se grabó en mi cerebro a fuego y una de sus historias relata como un cronopio va a entrar en su casa y al meter la mano en el bolsillo comprueba que allí donde debían estar las llaves hay otra cosa y que el mundo apenas se ha movido un poco, pero lo suficiente para que nada este donde debía y se desconsuela y llora.
Hoy he realizado una llamada y al otro lado ha salido una voz que no esperaba, y como aquél cronopio he tenido la amarga sensación de que el mundo se había movido sutil y pavorosamente tan solo lo suficiente para hacerme incompresible la realidad.
Ahora que me doy cuenta mi tía María Luisa ha aparecido en este blog y quizá hubiera merecido una mención especial y no una cita colateral sobre un libro. Os hablaré de ella en algún momento, y de mi tía Concha que vivió 20 años en Londres y que me traía discos de Hengelbert Humperding y que murió sola y hablando bajito, como si estuviera siendo espiada, con su misérrima pensión española que se comparaba mal con la que los ingleses le mandaban en libras esterlinas y que a ella siempre le parecía mejor.
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