Miguel Espigado on Nostr: Ayer vimos la peli Anatomía de una caída, un drama judicial francés de 2023 ...
Ayer vimos la peli Anatomía de una caída, un drama judicial francés de 2023 dirigido por Justine Triet, que se llevó ese año la Palma de Oro.
Un matrimonio de escritores y su hijo (casi) ciego se han mudado a una gran casa en las montañas. Él cae desde la ventana del tejado y se mata y ella es declarada sospechosa de asesinato.
El resto de la película cuenta el juicio que trata de dirimir si ella es culpable o no, manteniendo la incógnita para el espectador hasta el último momento (y quizás hasta después).
Al final, el testimonio del hijo tendrá un papel determinante para que el jurado decante su sentencia.
La defensa de la acusada trata de demostrar que se trató de un suicidio, y para ello muestran las miserias de un hombre -el fallecido- que, desesperado recibir reconocimiento literario, grababa las conversaciones íntimas con su pareja con el fin de convertirlas en un libro.
Esa desesperación no me es del todo desconocida como escritor. Y es que la narrativa literaria más celebrada en los últimos años demanda tal grado de naturalismo que es casi imposible no basarla en las experiencias más intimas.
Y ahí surge la gran pregunta, ¿hasta dónde estás dispuesto a exponerte y a exponer a quienes comparten tu vida personal por lograr ese oro literario?
Parece existir una justificación de altura para ello; estás creando arte, no cotilleo. Estás aportando al mundo un retrato profundo de la condición humana. Te estás sacrificando.
En fin, la puedes comprar o no.
Pero lo que es seguro es que, desvelando secretos de los demás, puedes hacer el mismo daño con literatura que si se lo vendieras a una revista del corazón.
Quizás por eso cada vez me veo más reacio a seguir explorando esta estética de la no ficción, que sí que he practicado en mis dos últimas novelas.
Cada vez me parece más pornográfica y menos artística. Cada vez la gente como el escritor desesperado de la peli me da un pelín más de asco.
Un matrimonio de escritores y su hijo (casi) ciego se han mudado a una gran casa en las montañas. Él cae desde la ventana del tejado y se mata y ella es declarada sospechosa de asesinato.
El resto de la película cuenta el juicio que trata de dirimir si ella es culpable o no, manteniendo la incógnita para el espectador hasta el último momento (y quizás hasta después).
Al final, el testimonio del hijo tendrá un papel determinante para que el jurado decante su sentencia.
La defensa de la acusada trata de demostrar que se trató de un suicidio, y para ello muestran las miserias de un hombre -el fallecido- que, desesperado recibir reconocimiento literario, grababa las conversaciones íntimas con su pareja con el fin de convertirlas en un libro.
Esa desesperación no me es del todo desconocida como escritor. Y es que la narrativa literaria más celebrada en los últimos años demanda tal grado de naturalismo que es casi imposible no basarla en las experiencias más intimas.
Y ahí surge la gran pregunta, ¿hasta dónde estás dispuesto a exponerte y a exponer a quienes comparten tu vida personal por lograr ese oro literario?
Parece existir una justificación de altura para ello; estás creando arte, no cotilleo. Estás aportando al mundo un retrato profundo de la condición humana. Te estás sacrificando.
En fin, la puedes comprar o no.
Pero lo que es seguro es que, desvelando secretos de los demás, puedes hacer el mismo daño con literatura que si se lo vendieras a una revista del corazón.
Quizás por eso cada vez me veo más reacio a seguir explorando esta estética de la no ficción, que sí que he practicado en mis dos últimas novelas.
Cada vez me parece más pornográfica y menos artística. Cada vez la gente como el escritor desesperado de la peli me da un pelín más de asco.