Miguel Espigado on Nostr: Fui a la nueva y flamante biblioteca pública de mi barrio… Todavía andan sin ...
Fui a la nueva y flamante biblioteca pública de mi barrio… Todavía andan sin calefacción y apenas tienen libros, pero me recibieron dos bibliotecarias absolutamente ilusionadas y me contaron un montón de cosas sobre el edificio y futuros usos.
Por aquello de estrenar “mi carnet” cogí por serendipia una novela: “Zalacaín el aventurero”, de Pío Baroja. Y me ha encantado.
Es una novela de aventuras trepidante y a la vez muy rica en trasfondo social e histórico.
Nos narra la vida de Zalacaín, un niño pobre de un pueblo vasco que, gracias a su energía, valor y talento natural, prospera como contrabandista durante las terceras guerras carlistas.
La novela me ha acercado a la cultura rural vasca tradicional que se vivía en estos pueblos a finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo, en las cancioncillas en vasco con que el pueblo satiriza o encierra pequeñas verdades de sus habitantes; o los partidos de pelota que catalizan sus negras enemistades.
Como nota surrealista, está la narración de cómo una parte importante de la sociedad rural vasca fue a una guerra a defender los intereses de un Borbón. Desde la óptica actual no se me ocurre nada más marciano.
Baroja (no yo, que yo no tengo opinión al respecto) lo zanja diciendo que los vascos siempre apuestan por lo viejo frente a lo nuevo: los íberos frente a los romanos, los cristianos frente a los moros, los borbones más conservadores frente a los menos, etc.
La novela tiene sus flaquezas; los personajes femeninos son maniquíes que solo sirven para ensalzar las virtudes conquistadoras y viriles del héroe. Nada que ver con la complejidad psicológica de otros personajes femeninos barojianos como Lulú, de “El árbol de la ciencia”.
Zalacaín se muestra como un héroe aspiracional, solo fiel a su sangre, con sus intereses personales como única bandera. Otro bandolero, otro pícaro de la España descreída, tan desapegada de los valores abstractos como apasionada de la experiencia inmediata de vivir.
Por aquello de estrenar “mi carnet” cogí por serendipia una novela: “Zalacaín el aventurero”, de Pío Baroja. Y me ha encantado.
Es una novela de aventuras trepidante y a la vez muy rica en trasfondo social e histórico.
Nos narra la vida de Zalacaín, un niño pobre de un pueblo vasco que, gracias a su energía, valor y talento natural, prospera como contrabandista durante las terceras guerras carlistas.
La novela me ha acercado a la cultura rural vasca tradicional que se vivía en estos pueblos a finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo, en las cancioncillas en vasco con que el pueblo satiriza o encierra pequeñas verdades de sus habitantes; o los partidos de pelota que catalizan sus negras enemistades.
Como nota surrealista, está la narración de cómo una parte importante de la sociedad rural vasca fue a una guerra a defender los intereses de un Borbón. Desde la óptica actual no se me ocurre nada más marciano.
Baroja (no yo, que yo no tengo opinión al respecto) lo zanja diciendo que los vascos siempre apuestan por lo viejo frente a lo nuevo: los íberos frente a los romanos, los cristianos frente a los moros, los borbones más conservadores frente a los menos, etc.
La novela tiene sus flaquezas; los personajes femeninos son maniquíes que solo sirven para ensalzar las virtudes conquistadoras y viriles del héroe. Nada que ver con la complejidad psicológica de otros personajes femeninos barojianos como Lulú, de “El árbol de la ciencia”.
Zalacaín se muestra como un héroe aspiracional, solo fiel a su sangre, con sus intereses personales como única bandera. Otro bandolero, otro pícaro de la España descreída, tan desapegada de los valores abstractos como apasionada de la experiencia inmediata de vivir.