FortuneGems on Nostr: Que no se objete que el cristianismo ordena a los nios a amar a sus padres, a los ...
Que no se objete que el cristianismo ordena a los nios a amar a sus padres, a los padres a amar a sus hijos, a los esposos a feccionarse mutuamente. S, les manda eso, pero no les permite amarlo inmediata, naturalmente y por s mismos, sino slo en dios y por dios; no admite todas esas relaciones actuales ms que a condicin de que dios se encuentre como tercero, y ese terrible tercero mata las uniones. El amor divino aniquila el amor humano. El cristianismo ordena, es verdad, amar a nuestro prjimo tanto como a nosotros mismos, pero nos ordena al mismo tiempo amar a dios ms que a nosotros mismos y por consiguiente tambin ms que al prjimo, es decir sacrificarle el prjimo por nuestra salvacin, porque al fin de cuentas el cristiano no adora a dios ms que por la salvacin de su alma. Aceptando a dios, todo eso es rigurosamente consecuente: dios es lo infinito, lo absoluto, lo eterno, lo omnipotente; el hombre es lo finito, lo impotente. En comparacin con dios, bajo todos los aspectos, no es nada. Slo lo divino es justo, verdadero, dichoso y bueno, y todo lo que es humano en el hombre debe ser por eso mismo declarado falso, inicuo, detestable y miserable. El contacto de la divinidad con esa pobre humanidad debe devorar, pues, necesariamente, consumir, aniquilar todo lo que queda de humano en los hombres. La intervencin divina en los asuntos humanos no ha dejado nunca de producir efectos excesivamente desastrosos. Pervierte todas las relaciones de los hombres entre s y reemplaza su solidaridad natural por la prctica hipcrita y malsana de las comunidades religiosas, en las que bajo las apariencias de la caridad, cada cual piensa slo en la salvacin de su alma, haciendo as, bajo el pretexto del amor divino, egosmo humano excesivamente refinado, lleno de ternura para s y de indiferencia, de malevolencia y hasta de crueldad para el prjimo. Eso explica la alianza ntima que ha existido siempre entre el verdugo y el sacerdote, alianza francamente confesada por el clebre campen del ultramontanismo, Joseph de Maistre, cuya pluma elocuente, despus de haber divinizado al papa, no dej de rehabilitar al verdugo; uno era en efecto el complemento del otro. Mikhail Alexandrovich Bakunin, God and the State
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