🌸Raquel de Abril🌸 on Nostr: Hace unas semanas, a raíz del caso del agresor Dominique Pélicot, salió en mi casa ...
Hace unas semanas, a raíz del caso del agresor Dominique Pélicot, salió en mi casa el tema de la cultura de la violación (no usando esta expresión, pero haciendo referencia a ello) y acabamos mencionando el tema de los abusos a menores. Mi padre adoptó una postura de persona horrorizada, de “No me puedo creer que esto pase”, mientras mi madre y yo insistíamos en la cotidianidad con la que se produce el acoso callejero y la omnipresencia tolerada de “babosos”.
Entonces nos preguntó: ¿Y eso os ha pasado a vosotras?
Sí, sí nos ha pasado, papá. Claro que nos ha pasado, como a todas.
Y yo le dije cómo la primera vez que sufrí acoso callejero tenía 14 años y un hombre nos preguntó a una amiga y a mí por la calle que cuánto cobrábamos. Y también le conté cómo en mi instituto era vox populi qué profesores miraban de forma inadecuada a las alumnas y en particular del profesor que me acosó a mí.
Incómodo y horrorizado, hizo la pregunta: ¿¡Pero cómo no me dijiste nada!?
¿Y qué íbamos a decir? Lo sabíamos todas, incluso nuestros compañeros, y para ellos era motivo de chanza y para nosotras de resignación, nos hacíamos las fuertes e indiferentes. Cuando hubo algún intento de recurrir a otro profesor para mediar, siempre hubo los “¿Pero cómo va a ser, hombre?”, como si fueran imaginaciones nuestras. ¿Y cómo íbamos a demostrar miradas, gestos, los favoritismos usados para manipular y coaccionar, las intimidaciones sutiles? ¿Y cómo iba a decir algo yo, que ya tenía un poco de fama de “tocanarices”?
¿Tengo que sentirme culpable por “no decir nada”? Porque de hecho lo dije, pero sin usar la palabra “acoso”. Expresaba lo que me sentía capaz de expresar: que me sentía incómoda. Pero nadie da credibilidad a las mujeres y a los niños que expresan su incomodidad.
Para nosotras, el pan de cada día desde la adolescencia. Para mi padre, un señor de 60 años, toda una novedad de la que prefería no saber más. Dijo que le había dejado mal cuerpo.
Entonces nos preguntó: ¿Y eso os ha pasado a vosotras?
Sí, sí nos ha pasado, papá. Claro que nos ha pasado, como a todas.
Y yo le dije cómo la primera vez que sufrí acoso callejero tenía 14 años y un hombre nos preguntó a una amiga y a mí por la calle que cuánto cobrábamos. Y también le conté cómo en mi instituto era vox populi qué profesores miraban de forma inadecuada a las alumnas y en particular del profesor que me acosó a mí.
Incómodo y horrorizado, hizo la pregunta: ¿¡Pero cómo no me dijiste nada!?
¿Y qué íbamos a decir? Lo sabíamos todas, incluso nuestros compañeros, y para ellos era motivo de chanza y para nosotras de resignación, nos hacíamos las fuertes e indiferentes. Cuando hubo algún intento de recurrir a otro profesor para mediar, siempre hubo los “¿Pero cómo va a ser, hombre?”, como si fueran imaginaciones nuestras. ¿Y cómo íbamos a demostrar miradas, gestos, los favoritismos usados para manipular y coaccionar, las intimidaciones sutiles? ¿Y cómo iba a decir algo yo, que ya tenía un poco de fama de “tocanarices”?
¿Tengo que sentirme culpable por “no decir nada”? Porque de hecho lo dije, pero sin usar la palabra “acoso”. Expresaba lo que me sentía capaz de expresar: que me sentía incómoda. Pero nadie da credibilidad a las mujeres y a los niños que expresan su incomodidad.
Para nosotras, el pan de cada día desde la adolescencia. Para mi padre, un señor de 60 años, toda una novedad de la que prefería no saber más. Dijo que le había dejado mal cuerpo.