Rocío Vega on Nostr: Empecé a escribir en serio con 16 años. En dos años escribí cuatro novelas (todas ...
Empecé a escribir en serio con 16 años. En dos años escribí cuatro novelas (todas malísimas) que compartía por fascículos con cuatro amigos enganchadísimos a mis historias. Imprimí una una sola vez; el manuscrito le llegó a mi suegra antes de que fuera mi suegra. Aún me recuerda lo mucho que le gustó.
Pasé cinco años sin acabar nada. Sin escribir, prácticamente. Y luego volví a hacerlo. Subía los capítulos a Drive y un grupo de amigos se los leía (algunos nuevos, otros antiguos). Acabé una novela que me encantó escribir y que algunos habéis leído porque consideré arreglarla y publicarla pero decidí no hacerlo porque era muy naif y necesitaba chapa y pintura.
En 2015 me pasaron cosas y me di cuenta de que necesitaba hacer algo con mi vida que nadie más pudiera hacer conmigo. Me volqué en los blogs y publiqué, y conseguí algo de reconocimiento y una fanbase. Ir al Celsius era muy divertido.
Después publiqué La compañía amable e ir al Celsius dejó de ser divertido. De pronto tenía muchísima gente pendiente de mí y de lo que fuera a escribir. Había mil cosas que yo no podía controlar pasando al mismo tiempo y que me agobiaban muchísimo.
Empecé a trabajar y a recibir un sueldo mensual asegurado. Ya no necesitaba escribir para cobrar el Patreon. Eso me liberó, porque escribir me costaba más cada vez. Me pasé seis meses intentando escribir LCA2 mientras lidiaba con problemas personales y posiblemente una depresión, siempre apuntando a un sarao literario que me daba diarrea nerviosa. In extremis se me ocurrió escribir El Pacto, que no sé cómo conseguí terminar pero que en mi opinión me demostraba que no es que ya no supiera escribir. Escribir sé, puedo hacerlo. Es que todo lo demás me agota.
Y después, nada. Desencantos literarios, enfrentamientos tuiteros, manuscritos abandonados.
Mi vida ha cambiado del todo. Ya no me siento deprimida y las cargas que me destrozaban se han corregido. Me he casado, me he comprado un piso y mis prioridades son distintas.
Echo de menos escribir. Y publicar. En pequeñito. Sin baños de masas. Sin que me lea todo el mundo. Sin peleas con gente que no conozco por cuestiones que no me importan. Sin agobios.
Echo de menos a mis personajes. Echo de menos compartir con mis lectores las risas y las lágrimas, y los giros de guion para haceros daño.
Me gustaría que el estómago no se me hiciera un nudo al pensar en mi pasión. Todavía se me hace. Todavía siento cierta urgencia por *estar* aunque en realidad no quiera *estar*. Tengo pesadillas.
Este año he escrito muchísimo y he descubierto otra vez, por si hubiera dudas, que mi problema no es escribir. Mi problema es que cuando empiezo pienso a dónde lo voy a enviar, quién me va a leer y a qué eventos estaré obligada a asistir, y me congelo.
He publicado bajo seudónimo donde otra gente bajo seudónimo me ha dicho que tiene ganas de leer el siguiente capítulo, y me ha hecho feliz. Sobre todo, me ha hecho seguir escribiendo. Seguiré escribiendo.
Pasé cinco años sin acabar nada. Sin escribir, prácticamente. Y luego volví a hacerlo. Subía los capítulos a Drive y un grupo de amigos se los leía (algunos nuevos, otros antiguos). Acabé una novela que me encantó escribir y que algunos habéis leído porque consideré arreglarla y publicarla pero decidí no hacerlo porque era muy naif y necesitaba chapa y pintura.
En 2015 me pasaron cosas y me di cuenta de que necesitaba hacer algo con mi vida que nadie más pudiera hacer conmigo. Me volqué en los blogs y publiqué, y conseguí algo de reconocimiento y una fanbase. Ir al Celsius era muy divertido.
Después publiqué La compañía amable e ir al Celsius dejó de ser divertido. De pronto tenía muchísima gente pendiente de mí y de lo que fuera a escribir. Había mil cosas que yo no podía controlar pasando al mismo tiempo y que me agobiaban muchísimo.
Empecé a trabajar y a recibir un sueldo mensual asegurado. Ya no necesitaba escribir para cobrar el Patreon. Eso me liberó, porque escribir me costaba más cada vez. Me pasé seis meses intentando escribir LCA2 mientras lidiaba con problemas personales y posiblemente una depresión, siempre apuntando a un sarao literario que me daba diarrea nerviosa. In extremis se me ocurrió escribir El Pacto, que no sé cómo conseguí terminar pero que en mi opinión me demostraba que no es que ya no supiera escribir. Escribir sé, puedo hacerlo. Es que todo lo demás me agota.
Y después, nada. Desencantos literarios, enfrentamientos tuiteros, manuscritos abandonados.
Mi vida ha cambiado del todo. Ya no me siento deprimida y las cargas que me destrozaban se han corregido. Me he casado, me he comprado un piso y mis prioridades son distintas.
Echo de menos escribir. Y publicar. En pequeñito. Sin baños de masas. Sin que me lea todo el mundo. Sin peleas con gente que no conozco por cuestiones que no me importan. Sin agobios.
Echo de menos a mis personajes. Echo de menos compartir con mis lectores las risas y las lágrimas, y los giros de guion para haceros daño.
Me gustaría que el estómago no se me hiciera un nudo al pensar en mi pasión. Todavía se me hace. Todavía siento cierta urgencia por *estar* aunque en realidad no quiera *estar*. Tengo pesadillas.
Este año he escrito muchísimo y he descubierto otra vez, por si hubiera dudas, que mi problema no es escribir. Mi problema es que cuando empiezo pienso a dónde lo voy a enviar, quién me va a leer y a qué eventos estaré obligada a asistir, y me congelo.
He publicado bajo seudónimo donde otra gente bajo seudónimo me ha dicho que tiene ganas de leer el siguiente capítulo, y me ha hecho feliz. Sobre todo, me ha hecho seguir escribiendo. Seguiré escribiendo.